SAN ANTONIO DE PADUA

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Colegio Sor Juana Inés de la Cruz  de Monterrey, A.C.                                                             Jueves 25 de noviembre, 2021.

                                            VIDA DE SANTOS                                     

SAN ANTONIO DE PADUA
Fiesta: 13 de junio
FRAILE FRANCISCANO, DOCTOR DE LA IGLESIA
(1195-1231)

      San Antonio  nació en Portugal,  pero adquirió el apellido por el que  lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió y donde todavía se veneran sus reliquias.

        El Papa León XIII lo llamó “el santo de todo el mundo“, porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.

        Llamado “Doctor Evangélico“. Escribió sermones para todas las fiestas del año

     “El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que cree”.  – San Antonio.

       “Era poderoso en obras y en palabras.  Su cuerpo habitaba esta tierra pero su alma vivía en el cielo”.

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     Este Santo vino al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden de Frailes Menores, por la devoción al gran patriarca de los monjes y patrones titulares de la capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad. Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra, por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban las constantes visitas de sus amistades.

    No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. Él se fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde niño se había consagrado a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza.

   Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia. En el año de 1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo las reliquias de santos mártires frailes-franciscanos. Fernando (San Antonio) que ya había estado ocho años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista de las reliquias, nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por Cristo.

   En 1221, se le admitió en la orden. Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcarse hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros. Pero al llegar a esas tierras fue atacado por una grave enfermedad (hidropesía), que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses por lo que lo devolvieron a Europa. La nave en que se embarcó, empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de Sicilia.

   Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde se llevaría el Capítulo general. Fue la gran asamblea de 1221, el último capítulo que admitió la participación de todos los miembros de la orden; presidido por el hermano Elías como vicario general y San Francisco, sentado a sus pies, estaba presente.  Esa reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués. Tras la clausura del Capítulo, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli.

   Antonio tenía extraordinarios dones intelectuales y espirituales, además era un joven fraile enfermizo que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.

  Un día sucedió que al celebrar una ordenación en Forli, ni los franciscanos ni los dominicos habían preparado la acostumbrada alocución para la ceremonia, y ninguno se sentía capaz de llenar la brecha, se le ordenó a San Antonio que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara. El joven obedeció sin chistar y desde que abrió la boca hasta terminar su improvisado discurso, todos los que le escucharon se encontraban como arrobados, embargados por la emoción y el asombro a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría del orador. El ministro provincial al ver los talentos desplegados del joven fraile portugués, lo mandó llamar y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna, región que abarcaba toda la Lombardía.

   En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes que había en el norte de Italia, y que en muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de la Sagrada Escritura.

   En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a gritar: “Oigan la palabra de Dios, ustedes los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”.  A su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación.  Aquel milagro se conoció y conmovió a la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder.

   Los hermanos frailes franciscanos advirtieron cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Él poseía todas las cualidades del predicador. Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros. Bastaba su presencia para que los pecadores cayeran de rodillas a sus pies; de su persona irradiaba la santidad. A donde quiera que iba, las gentes le seguían a tropel para escucharle, y con eso había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidieran confesión. Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones; las iglesias eran insuficientes para tanto auditorio. Con frecuencia predicaba en las plazas públicas para que nadie dejara de oírle. Antonio obtuvo del  Papa   Gregorio IX la autorización para dejar el puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó “el Arca de los Testamentos”, por los extraordinarios conocimientos que tenía de las Sagradas Escrituras.

   Desde aquel momento, la residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y en   donde tuvo el privilegio de ver los abundantes frutos de su ministerio.                   No solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que obtuvieron la  reforma de conductas, las familias arreglaban definitivamente su unión,  los prisioneros quedaban en libertad y muchos de los que tenían ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de San Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños.                     Denunció y combatió el muy practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de prisión a los deudos dispuestos a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores.

   Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero.  Muy pronto se dio cuenta de que sus días estaban contados y pidió lo llevasen a Padua. No llegó vivo, el 13 de junio de 1231 antes de morir, entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo: “Veo venir a Nuestro Señor”.  La gente recorría las calles diciendo: “¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!

   Al morir tenía tan solo treinta y cinco años de edad.  Fue canonizado antes de transcurrir un año de su muerte; el Papa Gregorio IX pronunció la antífona “O doctor optime” en su honor. Siete siglos después, en 1946, el Papa Pío XII declaró a San Antonio “Doctor de la Iglesia”.

San Antonio de Padua, intercede

ante el Padre Eterno para que me dé la fuerza

para trabajar en mi conversión, aleja de mi

familia y de todos mis seres queridos, las

enfermedades, y por tus virtudes, atrae

las bendiciones del cielo. Amén.

<<Dios sea tu luz

y tu fuerza hoy

y siempre.>>

Madre María Teresa Silva Sandoval

Directora General

Misionera Cordimariana.