SAN ILDEFONSO

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Colegio Sor Juana Inés de la Cruz  de Monterrey, A.C.                                                      Jueves 20 de enero, 2022

                                           

VIDA DE SANTOS

SAN ILDEFONSO, OBISPO  (667)

Su fiesta: 23 de enero

 

      Según parece, los padres de Ildefonso, que se llamaban Esteban y Lucía, eran estériles. Vivían en la noble ciudad de Toledo, bañada por el Tojo. Lucía, un día que se encontraba sola, pidió con fervor a la Virgen María que le concediera un hijo y  se lo consagraría al culto de su Hijo y a la propagación de sus virtudes.
      La buena esposa fue escuchada y el Señor les concedió, poco después, este niño a quien le pusieron el nombre de Ildefonso, que fue todo un 

presagio ya que significa: “Dichoso, feliz…”, y todo esto sería Ildefonso, y haría a los suyos.

    Fue educado en las verdades cristianas y, sobre todo, Lucía infundió en el corazón del pequeño Ildefonso una tierna y filial devoción hacia la Virgen María, de la que después sería un gran paladín.

   Así lo retratan los biógrafos de la época: “Era de gran estatura, temeroso de Dios, grave en el andar, muy religioso, modesto, afable, piadoso y siempre complaciente
menos en el pecado; favorecido con muchas gracias e inteligencia, elegante en la expresión, persuasivo en la predicación, celoso por la salvación de los hombres al amor de Dios y a la Virgen María”.

   Sus padres, pensando en que recibiera la más esmerada educación, lo enviaron al lado de su tío Eugenio, que después sería santo y arzobispo de Toledo.

    Al lado de aquel santo y gran pedagogo supo caminar con pasos de gigante en la línea de su propia formación, en la sabiduría y en la santidad… Se le veía correr, volar más que caminar por los caminos de la virtud…

    San Eugenio, no sabiendo qué más enseñar a su sobrino, lo envió a Sevilla para que  se formara en la escuela que con tanta fama estaba dirigiendo allí San Isidoro. Pronto se ganó la simpatía y el querer de todos. 

      Fue la admiración por su inteligencia y por su corazón. Todos querían estar a su  lado porque respiraba virtud por todas partes. Delante de él nadie podía criticar ni hablar de cosas insulsas.

      Después de doce años bien ganados de estudio en todas  las ramas del saber de su tiempo, volvió a su patria de  Toledo. Su padre tenía puestos sus ojos en él y confiaba en  que muy pronto sería uno de los hombres más influyentes  de la ciudad. Quiso que entrase a formar parte de la vorágine  de la juventud y a tratar con las familias más acomodadas o famosas de la ciudad. No pensaba lo mismo Ildefonso, ya que pronto le manifestó a su padre sus propósitos de entregarse al Señor. Un día huyó de la ciudad y se dirigió a Agali, donde había un monasterio de monjes, y pidió ser admitido como religioso para entregarse al Señor y a la Virgen
María… Pronto lo nombraron  el Abad del monasterio como sucesor de Deodato. Por más resistencia que puso, no pudo evitarlo. En este cargo obró maravillas que cantaron poetas de nuestra literatura, como Berceo y Lope de Vega.

    El año 657 moría su tío San Eugenio, dejando vacante la sede arzobispal de Toledo. Su sobrino estaba tranquilo en su monasterio de Agali…, pero el clero, el pueblo y el rey le eligieron para sucederle en tan alta dignidad. Por más resistencia que puso, no pudo evitar el cargar con aquella cruz y servicio que el Señor le encomendaba. Fue consagrado obispo el 26 de noviembre del 657.

    Fue siempre un gran padre y un celoso Pastor de las ovejas que el Señor le había encomendado…

    Trabajó con gran celo por extender la fe y las buenas costumbres entre el clero y los fieles. Escribió tratados maravillosos. Sobre todo, fue famoso el de la “Perpetua VIRGINIDAD DE MARÍA” …

     Como premio, la Virgen María se le apareció y le entregó una casulla.

Era el 17 de diciembre…Había escrito y hablado muy bien sobre Ella. María no se dejó ganar en generosidad…Sobre todo le había defendido y predicado en el Décimo Concilio de Toledo. Desde entonces le llaman nuestros escritores:

“Capellán y fiel Notario de María”.

 El 23 de enero del 667 marchaba a contemplar  a la Virgen María al cielo.

¡Oh clementísima Virgen!

Que con mano piadosa repartes vida,

salud a los enfermos, luz a los ciegos,

solaz a los desesperados, consuelo a los que

lloran y alegría para nuestro entendimiento;

Sé vida y salud de nuestras almas,

dulzura y paz de nuestros corazones,

endereza nuestros pasos para honrarte

como Madre Nuestra y de tu Hijo Jesucristo.

Amén.

Bendiciones

para cada familia

y disfruten las

sonrisas de sus hijos.

Con cariño,

Madre María Teresa Silva Sandoval

Directora General

Misionera Cordimariana.